La calidad de la sidra empieza en los manzanos. Las manzanas, con sus infinitas variedades y perfiles de sabor, son el alma de esta bebida tradicional. Su elección y combinación cuidadosa son esenciales para lograr una sidra equilibrada y deliciosa.
Existen tres tipos principales de manzanas utilizadas en la elaboración de sidra: dulces, ácidas y amargas. Cada una aporta algo único. Las dulces dan cuerpo y suavidad, las ácidas aportan frescura y las amargas ofrecen taninos que enriquecen la estructura y profundidad del sabor. El arte de crear una buena sidra está en mezclar estas variedades en proporciones exactas.
El clima y el suelo también juegan un papel importante. Las manzanas cultivadas en regiones sidreras tradicionales suelen tener una composición única de azúcares y ácidos gracias a las condiciones locales, lo que da a la sidra su carácter distintivo.
La madurez de la fruta también es crucial. Las manzanas se recolectan en el momento justo para garantizar que su jugo contenga el equilibrio perfecto de azúcares y ácidos, elementos fundamentales en la fermentación y en el sabor final de la sidra.
Cada vaso de sidra es un tributo al trabajo que comienza en los huertos. La elección de las manzanas marca la diferencia entre una sidra común y una que se distingue por su complejidad y autenticidad. La próxima vez que la disfrutes, recuerda que cada sorbo lleva consigo la esencia de los mejores frutos. ¡Salud!